Capada de un caballo contada por el mismo

¡Oh! Qué triste y amargo mi penar/ Cuando supe que me iban a capar! Cuando aquél de quien era prisionero,/ Sal llevaba al potrero,/ mucho que me alegraba, pero jamás aquella sal probaba./ Ni un grano me dejaba ese jodío, aunque era el potro compañero mío./ Razón porque viviera yo lanudo y él gordo y mofletudo/ como cebado sacristán ocioso/ donde veneran santo milagroso. Yo crecía y crecía.
Más a pesar de todo, yo engordaba./ Y mi estampa viril aumentaba dejando casi muerto de la tusa/ a mi socio, que con cara de lechuza, Cuatralbo, coleador, carranchiloso,/ Angurriento, logrero,/ Jactancioso, mancoreto, tragón, medio cachorro,/ petulante, trotón y bien pedorro./ Oliendo aquí y allá correteando, triscando, ansioso/ y anhelando ser caballo bien ágil y contento,/ yo lanzaba relinchos con aliento,/ iba y venía al trote alebrestado, o galopando, o al paso repicado,/ o ensayando posturas a porfía en busca del amor con ardentía.
De pronto sucedió, ¡quien lo creyera!/ Que al final de una gira mañanera, me topé de improviso unas potrancas/ de cuello erguido, de lustrosas ancas, que pastaban contiguas a do yo estaba;/ aunque un vallado feroz nos separaba, ya que su dueño, un viejo montarás,/ no permitía las olieran por detrás.
Tal suceso volvióme medio loco/ y enamorado, relinchaba un poco, bien duro, que me oyeran ellas,/ tan vistosas, tan ágiles, tan bellas, tan esbeltas, tan lúcidas e inquietas,/ tan brinconas, tan finas y coquetas, tan cerreras, tan vírgenes y prietas,/ tan ariscas, tan buenas y secretas.
Mas, animado por las vitaminas/ y repleto de fuerzas ultra equinas una mañana me salté el vallado/ y en carrera veloz llegué a su lado, sudoroso, retozón y alebrestado,/ nervioso, tembloroso, apasionado, con algo muy largote y entiesado / que me salió del cuerpo acalorado.
Con salemas y piruetas cortesanas/ me recibieron las apuestas damas, y yo autorizado por aquellas gracias,/ hice sobre ellas tales acrobacias que casi me desmayo en el instante,/ pues bajé débil, extenuado, agonizante, con aquello encogido y chorreante/ y un copioso sudor escalofriante. Y sucedió que mi patrón furioso/ por ese atrevimiento escandaloso,mandó que me llevaran al corral.
Que me tumbaran y me echaran pial./ Y me sacaran los derechos que tenía a ser caballo de raza y lozanía,/ pues siendo tal nacido y descarado merecía por siempre estar capado.
Reunidos en torno a un bramadero/ con la soga más fuerte del vaquero me amarraron las manos y las patas,/ pasando por el cuello unas tirantas que al recobrarlas con fiereza enorme/ me convirtieron en un suyugo informe, sin derecho siquiera al pataleo,/ mas, sufriendo de orina un gotereo.
Provisto de un platón con veterina,/ de navaja, de aguja y piola fina, llegó por fin el capador infame/ y sin piedad, siquiera sin hablarme, presumido, poniéndose en cuclillas/ comenzó a irrespetarme las criadillas con apretones sin piedad alguna/ y haciéndolas brincar una por una.
Fue tan cruel el criminal antojo/ que me dejaron descubierto un ojo para que viera sin perderme nada/ la triste operación de mi capada.
Dos cortadas finitas y largotas/ dejaron la salida a mis pelotas envueltas entre fibras y tendones,/ las cuales reventaban a tirones delante del hijo de la mancoreta./ Con un feo vacío entre la horqueta bañado en sangre, la pupila yerta,/ angustioso, fúgido por la jeta, desintegrado y la mirada incierta/ y la viril estampa descompleta. Ya no podría calar mi bayoneta/ Ni mantener mis dos en la bolseta.
Lo cierto fue que el capador vergajo/ terminó por tirarle lo que extrajo, adherido a membranas y tendones,/ o sea, lo que llaman los cojones, a una perra sarnosa, embarazada,/ que estaba vigilando la capada. En el aire los pedazos atrapaba/ y en una exhalación se los tragaba.Y vino, entonces, aflicción completa,/ el capullo me quedó como una olleta, dejándome adentro cierta cosa/ que en antes se salía victoriosa.
Creció miedosamente la hinchazón/ y en la herida resultóme comezón, quizá, porque vaqueros inhumanos/ propiciaron la entrada a los gusanos. para sacarlos, metiendo un dedo./ ¡Ay! De dolor pujaba y me tiraba un pedo. Con remedios y curas a porfía/ que me hacían bien duro cada día, se fue calmando mi penar tremendo/ y otra persona yo me fui volviendo pues, me quedó relincho aflautado/ y el caminado un tanto amanerado.
Me gustaron los machos, no las yeguas./ Y decidido sin temor a menguas mordía los primeros en las ancas/ en vez de acariciar a las potrancas. ¿Qué dirían tan lúcidas y tiernas/ al notar el vacío entre mis piernas? ¿Y qué burlas me haría el compañero,/ si veía, por Dios, que no era entero? Ni elegancias, ni guiños repelentes,/ ni tampoco fiereza de los dientes, ni cuello grueso, ni elegante alzada/ me quedaron después de esa capada.
Por ello, amargado con el tal avieso/ y ya resuelto a no pensar en eso, cacorro me volví, ¡quién lo creyera!/ ¡Con todo lo verraco que yo era! Y qué otro camino me quedaba/ si pena tan amarga me agobiaba. Tal vez, pedir al cielo soberano/ se le secara íntegra la mano al hijueputa de moral tan baja/ que optó por aplicarme la navaja y por echarme sal en el zurrón/ para que fuera intenso mi dolor.
Yo hasta pudiera convenir con eso,/ si enlazaran al potro del pescuezo para hacerle maldad tan atrevida,/ antes de darse cuenta de la vida y no luego de iniciarse con ardor/ en los goces supremos del amor. No es lo mismo ser ciego de nación/ que habiendo disfrutado de visión. Parece inexplicable la crueldad/ de ir capando a los de cierta edad, pues resulta, al cogerles el atado,/ que una pelota dizque no ha bajado, lo que implica aplazar la operación/ hasta que estén las dos en el bolsón. Quién hubiera sabido tal rareza/ para esconderlas bien en la cabeza.
Perdonadme lo rudo del lenguaje/ al contar la succión de mi equipaje. Hay que ponerse en el estado de uno/ y pensar en el verbo caballuno, tan escaso de frase iluminada,/ para contar en verso esa capada que me dejó amargura de por vida/ a causa de esa gente mal…nacida.
¡Oh! El bello padre altivo y arrogante,/ los retozos de amor y aquel instante con las potrancas coquetas del vallado,/ en las cuales monté tranquiparado, ansioso de romperles lo sagrado/ con fuerza de salir al otro lado, así quedara todo encalambrado,/ Pero jamás, por Dios, sexi mediado.
Y, a los nobles amigos de la silla,/ si acaso les gustó mi croniquilla les aconsejo con cariño cierto/ que mantengan el ojo muy abierto, y no echen sus yeguas en potrero/ donde pueda pastar táparo entero Que las logre preñar de madrugada/ para luego ganarse una capada.
Benjamín Ángel Maya (Colombia)

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